El pueblo, el mar, los montes, todo estaba borrado por la bruma gris, que
empezaba a temblar por el viento de la mañana. [...]
empezaba a temblar por el viento de la mañana. [...]
Poco a poco, sus pupilas, ensanchadas en presencia de las tinieblas, iban sorpendiendo aquí una sombra sin contornos; allá, la claridad de la arena de la playa, y las siluetas sin forma aparecían y desaparecían con los movimientos de las masas de bruma. [...]
Desde el final de la callejuela se veía la playa. Era un desbordamiento de alegría el que iba inundando el paisaje, a medida que el sol destrozaba las nubes y las nieblas subían del mar para desvanecerse en el aire.
Cuentos, Playa de otoño, página 38-40. Pio Baroja. 1967
Cuentos, Playa de otoño, página 38-40. Pio Baroja. 1967
El proyecto, construir junto a la palmera una casa.
Una vivienda camaleónica que se desdobla dejando entrar a
espías, científicos, profesores, astronautas y pintores. Porque todo eso son
los niños.
Una casa donde las paredes son historias. Historia de lo que fue, historias de las de papel y tinta, historia de lo que será.
Un lugar donde los desconocidos se vuelven conocidos. También donde el conocido puede ser desconocido.
Un hogar mediterráneo. Una playa sin arena.
Un espacio en el que cada noche y cada día es como una nueva partida y las opciones son realmente ilimitadas.
El proyecto, construir una casa junto a la palmera.
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